Cuando veo las montañas los veo, por las autopistas al
costado sobre le pasto los veo. Me pregunto que quienes son los que los hacen.
Cada zapallita, cada zapato que paso por ahí lo fue moldeando. Cada hombre y
cada mujer, cada niño. Siempre me pregunte si los hacían y como se hacían, ¿quien
daba los primeros pasos para marcarlo? ¿Porque es resto que viene por detrás lo
vuelve a elegir una y mil veces hasta dejarlos sin pasto? Bien pelados, bien
marcados. Cada huella los marca aun mas, lo hace reconocibles. Quizas alguna
pendiente o quizás la fuerza de las especie lleva a que se erijan como tales.
Así son los senderos, eso que usamos siempre. Que bien dije
aun al costado de las autopistas mas gigantes que conozco siguen apareciendo
ellos. Sin miedo y sin perder la utilidad frente al gigante asfalto, en
definitiva su hermano menor. Son como el agua, siempre encuentran lugar para
aparecer, aunque alguien quiera prescindir de ellos facilitándonos los accesos
por medio de avenidas, veredas. No son atajos, son caminos que ningún ingeniero
pensó.
También están los que siempre veía en las montañas. Los
observa y me preguntaba quien los hacía. Por ese entonces no pensaba que los
otros animales, no nosotros, también dejan sus huellas.
Por mucho que te desesperes tenes que pisar una y mil veces
hasta que se marquen, no hay
ninguna novedad y tampoco la
busco. No busco la revelación, no busco
la llave mágica, la solución brillante. Eso no se busca, eso se encuentra. Si
hablamos de búsqueda hablamos de mirar el cielo y tratar de orientarnos con el
sol y tratando de ver de noche con la luna. Dicen que hay mas formas de
orientarse, pero no las conozco. Me agarro de las que tengo.
No hay mucho mas por decir al momento, no hay atajos hay
senderos.